Frasezaca del día

En un beso, sabrás todo lo que he callado.
Pablo Neruda.

viernes, 2 de diciembre de 2011

El principio de algo II.

     Un estrepitoso crujir de las vigas de madera sobre su cabeza, llamó su atención. Al levantar la vista, pudo observar algo que le había pasado desapercibido hasta entonces, posiblemente por el estado de aletargamiento en el que todavía se encontraba. El techo de la sala en la que había despertado, tenía un gran boquete, por el que entraba perezosamente la luz de un sol fatigado. Los crujidos persistían como si fuesen la voz de la casa, emitiendo un quejido por la herida que sangra a modo de caída de cascotes. Entre dudas y desorientación, el hombre buscaba una salida. Sabía que con ese agujero, el techo no aguantaría por mucho tiempo. Cuando todavía estaba tanteando las opciones de escape, gran parte de lo que quedaba de techo se desprendió de golpe, dejándole petrificado y sin saber cómo reaccionar. Cuando prácticamente se veía envuelto entre polvo y escombros, notó un fuerte golpe en el estómago que lo desplazó unos cuantos metros hacia detrás, tirándole de espaldas contra el suelo. El polvo generado por el derrumbe no le dejaba ver nada más allá de su nariz, pero al menos no se encontraba debajo de lo que hacía tan solo unos minutos, era un tejado a varios metros sobre él.

jueves, 1 de diciembre de 2011

El principio de algo.

     Al reincorporarse y volver a mirar hacia la estantería, tal vez por pura casualidad, o tal vez por haberlo visto de refilón en el primer vistazo, fijó su atención en un cuaderno de hojas sueltas con el borde amarillento, unidas por dos cintas de tela negra, anudadas en sus extremos, después de atravesar el papel por los agujeros que todas las hojas compartían en el lateral. Extendió su brazo, acarició levemente los folios con las yemas de los dedos y con sumo cuidado, extrajo el cuaderno de entre los libros que lo aprisionaban a ambos lados. Situó el pulgar de su mano izquierda en el borde derecho y doblando ligeramente el tocho, hizo pasar las páginas de atrás adelante para echar un vistazo general. Las hojas estaban manuscritas, con anotaciones en algunos de los márgenes y con alguna tachadura, aunque estas últimas mucho menos abundantes, como si quién escribió el documento, quisiese dejar constancia de los errores una vez descubiertos, para poder compararlos con los datos añadidos más tarde. Al terminar de agitar las páginas, haciendo salir de ellas todo el polvo acumulado durante la espera a que una mano las volviese a sacar de su prisión entre gruesos libros de tapas duras, pudo ver la primera a modo de portada. Únicamente tenía escrito con letras grandes y mayúsculas: TRATADO SOBRE LA EMPATÍA.