Cada noche solía esperar, marcando cruces en una libreta de muelles ya desgastada. La tapa delantera casi desprendida, apenas aguantaba con solo tres orificios aferrados a la espiral, que parecían negarse a ceder como los últimos soldados del ejército vencido. Había perdido ya la cuenta. Cientos de ellas, posiblemente llegaban al millar.
Y esa no resultó diferente a las demás. Tanto tiempo esperando, cosiendo sin dedal, vocalizando sin hablar y actuando sin naturalidad. Tantos intentos en vano. Tanta soledad. Febrero no podía olvidar aquella luz que tiempo atrás le incordiara a través de su persiana. -No está –llegó a pensar. Nada más lejos de la realidad.
Esa mezcla de amargura y cafeína, que tanto le reconfortaba ahora, era lo que le quedaba para evitar recordar. La vida no debiera ser algo que viene y va, simplemente pasa. Pasar, pasado, esas palabras que no le dejaban dormir, o tal vez fuese el efecto de la moca. Al fin y al cabo, lo importante, lo que le aliviaba, era no pensar en luces y sombras, multitud o soledad. Simplemente dejarse llevar y quedarse con lo mejor de cada persona, de cada lugar, de sí mismo, de su retiro.
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