Pasear. Algo tan sencillo que muchas veces es infravalorado. Siempre le ha llamado la atención el devenir del tiempo, que va fraguando a las personas cual viento erosionando a la más implacable de las rocas. Los pies desnudos sobre el húmedo y salado manto de la orilla, o bajo el tenue gotear de una tarde en la que ha decidido poner a remojo los pensamientos que ensucian su tranquilidad. Aprovechar la complacencia de la primavera para surcar los senderos regalados por Gaía.
Ahora todo es espera, meditación, introspección. Pero Febrero más que nunca, anhela la llegada de todo aquello que, aunque de sobra conocido, todavía disfruta y se siente capaz de rehacer una vez tras otra. No por ello su vida se estanca en una repetición de lo placentero conocido. Sus ganas abarcan infinidad de metas, que no se limitan al abanico entre confines. Su lema: sueña que sueñas, porque algún día, aun siendo real, sentirás que estás soñando...
Aquella tarde le dio qué pensar. ¿Y si volviésemos a la época del trueque? ¿Podrían cambiarse abrazos? ¿Podrían ofrecerse sonrisas como la única y verdadera panacea? La realidad no es más que el sueño al que nos acostumbramos. Por eso Febrero no deja de renovarlo, de buscar el ápice escondido que siempre falta para completar algo, y seguir avanzando en su sueño infinito: felicidad.
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