Vuelan, se arremolinan con las corrientes de aire que rigen nuestro sino, se desvanecen sin avisar para reaparecer encontrándonos desprevenidos. A menudo se contradicen como la mueca de tristeza en el bufón, como la risa de felicidad en el soldado abatido. Otrora fueron delicadas manos donde acurrucar tu incertidumbre lejos de la masa, a solas; sólo ellos y tú. Siempre tan rebeldes, caballo desbocado, ola que golpea el acantilado de tu quietud con insistencia, hasta quebrarlo y condenar a parte de la roca a pasar el resto de sus días sumergida... hasta que baje la marea.
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